"Hay FE en el humor"
10-02-2025
"Hay FE en el humor"
Por Papa Francisco (*) @Pontifex_es
La vida tiene inevitablemente sus tristezas, que forman parte de todo camino de esperanza y de todo camino de conversión. Pero es importante evitar a toda costa dejarse llevar por la melancolía, no dejar que ésta amargue el corazón.

Son tentaciones de las que ni siquiera los clérigos están a salvo. Y a veces, por desgracia, nos encontramos con sacerdotes amargados y tristes, más autoritarios que autoritarios, más solterones que fieles a la Iglesia, más funcionarios que pastores, más arrogantes que alegres, y esto tampoco es bueno. Pero, en general, los sacerdotes solemos disfrutar del humor e incluso tenemos un buen repertorio de chistes e historias divertidas, que a menudo se nos dan bastante bien contar, además de ser objeto de ellos.

También los papas. Juan XXIII, conocido por su sentido del humor, dijo en uno de sus discursos: “A menudo me sucede por la noche que me pongo a pensar en una serie de problemas graves. Entonces tomo la decisión valiente y decidida de ir por la mañana a hablar con el Papa. Luego me despierto sudando… y recuerdo que el Papa soy yoâ€.

¡Qué bien lo entiendo! Y Juan Pablo II era muy parecido. En las sesiones preliminares de un cónclave, cuando todavía era el cardenal Wojtyla, un cardenal mayor y más severo fue a reprenderlo porque iba a esquiar, escalar montañas, andar en bicicleta y nadar. La historia es más o menos así: “No creo que esas sean actividades propias de su funciónâ€, le sugirió el cardenal. A lo que el futuro Papa respondió: “¿Pero sabe usted que en Polonia esas son actividades que practican al menos el 50 por ciento de los cardenales?â€. En Polonia, en aquella época, sólo había dos cardenales.

La ironía es una medicina, no sólo para elevar y alegrar a los demás, sino también a nosotros mismos, porque la autoburla es un instrumento poderoso para vencer la tentación del narcisismo. Los narcisistas están continuamente mirándose al espejo, pintándose, mirándose, pero el mejor consejo frente a un espejo es reírnos de nosotros mismos. Es bueno para nosotros. Demostrará la verdad de ese viejo proverbio que dice que sólo hay dos tipos de personas perfectas: los muertos y los que aún no han nacido.

Los chistes sobre los jesuitas y contados por ellos son únicos, comparables quizá sólo a los que se hacen sobre los carabineros en Italia o sobre las madres judías en el humor yiddish.

En cuanto al peligro del narcisismo, que conviene evitar con dosis adecuadas de autoironía, recuerdo el del jesuita un tanto vanidoso que, a causa de un problema cardíaco, tuvo que ser tratado en un hospital. Antes de entrar en el quirófano, le pregunta a Dios: «Señor, ¿ha llegado mi hora?».

“No, vivirás al menos 40 años másâ€, le responde Dios. Tras la operación, decide aprovecharla al máximo y se hace un trasplante de pelo, un lifting, una liposucción, cejas, dientes… en definitiva, sale como un hombre cambiado. Justo a la salida del hospital, es atropellado por un coche y muere. En cuanto aparece en presencia de Dios, protesta: “Señor, ¡pero tú me dijiste que viviría 40 años más!â€. “¡Ups, perdón!â€, le responde Dios. “No te reconocíaâ€.

Y me contaron una que me concierne directamente, la del Papa Francisco en América. Es más o menos así: Apenas llega al aeropuerto de Nueva York para su viaje apostólico en Estados Unidos, el Papa Francisco se encuentra con una enorme limusina esperándolo. Se siente un poco avergonzado por ese magnífico esplendor, pero luego piensa que hace mucho tiempo que no conduce, y nunca un vehículo de ese tipo, y piensa para sí: Bueno, ¿cuándo tendré otra oportunidad? Mira la limusina y le dice al conductor: “No podría dejarme probarla, ¿verdad?â€. “Mire, lo siento mucho, Santidadâ€, responde el conductor, “pero realmente no puedo, ya sabe, hay reglas y regulacionesâ€.

Pero ya saben lo que dicen, cómo es el Papa cuando se le mete algo en la cabeza… en fin, insiste e insiste, hasta que el conductor cede. Entonces el Papa Francisco se pone al volante, en una de esas autopistas enormes, y empieza a disfrutar, pisa el acelerador, va a 50 millas por hora, 80, 120… hasta que oye una sirena, y un coche de policía se pone a su lado y lo detiene. Un policía joven se acerca a la ventanilla oscurecida. El Papa la baja un poco nervioso y el policía se pone blanco. “Disculpe un momentoâ€, dice, y vuelve a su vehículo para llamar a la centralita. “Jefe, creo que tengo un problemaâ€.

“¿Qué problema?â€, pregunta el jefe.

- Bueno, he parado un coche por exceso de velocidad, pero hay un tipo ahí dentro que es muy importante. 

- ¿Qué importancia tiene? ¿Es el alcalde?

- No, no, patrón… más que el alcalde.

“Y además del alcalde, ¿quién está ahí? ¿El gobernador?â€

“No, no, más…â€

- ¿Pero no puede ser presidente?

“Más, supongo…â€

“¿Y quién puede ser más importante que el presidente?â€

- Mire, jefe, no sé exactamente quién es, lo único que le puedo decir es que es el Papa quien lo conduce.

El Evangelio, que nos exhorta a hacernos como niños pequeños para nuestra propia salvación (Mt 18,3), nos recuerda que debemos recuperar la capacidad de sonreír.

Hoy en día, nada me alegra tanto como encontrarme con niños. Cuando era niña, tuve a quienes me enseñaron a sonreír, pero ahora que soy mayor, los niños son a menudo mis mentores. Los encuentros con ellos son los que más me emocionan, los que mejor me hacen sentir.

Y luego, esos encuentros con los ancianos: esos ancianos que bendicen la vida, que dejan de lado todo rencor, que se deleitan con el vino que ha salido bien a lo largo de los años, son irresistibles. Tienen el don de la risa y del llanto, como los niños. Cuando tomo en brazos a los niños durante las audiencias en la plaza de San Pedro, la mayoría sonríen; pero otros, cuando me ven vestido todo de blanco, piensan que soy el médico que ha venido a ponerles una inyección, y entonces lloran.

Son ejemplos de espontaneidad, de humanidad, y nos recuerdan que quien renuncia a su propia humanidad renuncia a todo, y que cuando resulta difícil llorar en serio o reír apasionadamente, entonces realmente estamos en la pendiente descendente. Nos anestesiamos, y los adultos anestesiados no hacen nada bueno para sí mismos, ni para la sociedad, ni para la Iglesia.

(*) Argentino cuyo nombre es Jorge Bergoglio. Líder de la Iglesia Católica Apostólica Romana y Obispo de Roma.

Nota de opinión publicada en el New York Time el 17 de diciembre de 2024.