El país voló por los aires hace una semana. El presidente es un boxeador que se siente apabullado. Sabe que lo único que le queda es evitar una derrota humillante. Sabe que no tiene nada que perder, pero también sabe que no tiene fuerza para tomar la iniciativa. 

En el otro rincón está la vicepresidente, golpeando donde sabe, pero con los nervios del que no puede definir. Lo que iba a ser un triunfo rápido se terminó siendo una apagada pelea que se va a definir por puntos, aunque el oponente esté escupiendo sangre. Sin embargo ella sabe bien que está en condiciones de pegar el golpe del K.O. cuando quiera. 

La agonía es eterna. Una definición salomónica sería la renuncia de ambos. En ese escenario el poder quedaría en el presidente de la cámara de diputados. No sabemos como sería una eventual presidencia de Sergio Massa ni lo estamos postulando. Simplemente estamos sacando una conjetura a partir de la Ley de Acefalia. 

Otra solución sería que el presidente asuma sus funciones en plenitud y empiece a gobernar sin rendir examen frente a Cristina Fernández. Este escenario es el menos posible porque la experiencia de los últimos dos años y medio nos ndica que el presidente Fernández no fue capaz de hacerlo. 

Un presidente que fue entregando la cabeza de cuanto funcionario le fueron exigiendo desde el Instituto Patria no es garantía de firmeza, carácter y decisión. Si a eso le sumamos la inmoralidad de la fiesta en Olivos, el vacunatorio vip y la "crisis del crecimiento", colocan a Alberto Fernández en una posición de inhabilidad moral sin retorno. 

Lo habíamos dicho en este mismo espacio hace un año y hoy lo rarificamos: madura el K.O. 

 (*) Bachiller Universitario en Derecho. Periodista.