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"La zamba de su esperanza" | |||
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El fascismo también necesita una esperanza y el asesor presidencial le cantó su zamba: auguró un golpe militar a la vieja usanza. Dicen que es un respetado y prestigioso estadista, a pesar de varios augurios fallidos. Entre otros, anticipó la derrota electoral de la fórmula Fernández-Fernández y, siendo presidente, afirmó que recibirÃan dólares quienes los habÃan depositado. Nada parece indicar que el resultado del reciente augurio sea distinto a los resultados de las zambas de su esperanza cantadas en otros tiempos. Sueño, sueño del alma, que a veces muere sin florecer… A pesar de todo, el oráculo funciona y alienta marchas republicanas que pretenden multiplicar los contagios para que todo explote. Ese es el único sentido de estos augurios: alimentar la esperanza fascista cuando el microclima polÃtico lo demanda y el macroclima social se muestra, a su criterio, potencialmente receptivo. No tiene mucha importancia que esas marchas y manifestaciones sean cuantitativamente escuálidas, porque lo que importa es que sean reproducidas por medios y redes, que las avalen o las critiquen, lo mismo da. El asunto es que sean reproducidas hasta el hartazgo y ofrezcan materia de discurso fascista al microclima polÃtico y siembren desconcierto en el macroclima social. Esa es la carnadura estructurante de medios y redes. Cuando hablo de fascismo, estoy hablando de un sentimiento que recorre el mundo. No es un sentimiento nuevo. Lo nuevo es que nadie parece advertirlo. Es un fascismo del siglo 21, que ya no se corporiza en un lÃder carismático y perverso, seguido por fanáticos y temerosos. Ya no se sistematiza en un Estado totalitario y antidemocrático. Aunque, tal vez, si lo dejamos avanzar, vuelva a adquirir aquellas formas. No lo sabemos. Sólo sabemos que hoy es un sentimiento. Y sabemos también que un sentimiento siempre es más fuerte y duradero que una razón. Será que ningún partido polÃtico expresa hoy algo singular. Eso es asunto del siglo 20. De allÃ, quizás, que el fascista contemporáneo no tiene partido polÃtico y puede autodenominarse peronista, socialista, radical, liberal, anarquista. Si es inteligente, usa estas identidades partidarias como disfraz. Si es bruto, cree que esas doctrinas lo avalan. La transversalidad polÃtica del fascismo contemporáneo es su estrategia, consciente o inconsciente, de dominación y penetración cultural. Esa transversalidad también lo protege, lo hace invisible. Es por eso que ni la dirigencia ni la militancia polÃtica pueden advertir su presencia, su avance. Porque no lo perciben. Y cuando perciben algún "brote", lo minimizan, en nombre del innombrable "espÃritu de cuerpo", al que el fascista contemporáneo no se siente pertenecer, pero que le sirve de escudo. Quizás haya que recordar que el concepto de gobernar puede concebirse también, en su sentido práctico, como construcción de sentido común, aunque no desde el marketing o desde el "relato", sino a través de la interacción humana, estratégicamente direccionada desde una polÃtica cultural. La correlación de fuerzas no se transforma sola. Hay que intervenir con energÃa para transformarla. Porque desde el "relato" y el marketing, nuestro sentido común está condicionado por la derecha -que siempre gobierna, desde el Estado o desde fuera de él- y es casi impermeable. Tampoco se puede apostar a que ese sentido común se "auto-construya" sólo desde polÃticas públicas que satisfagan las necesidades y expectativas de la mayorÃa de la población, sencillamente porque es eso lo que se espera de cualquier gobierno. La hegemonÃa consiste en que la clase dominante logre que sus intereses sean percibidos como propios por el conjunto de la sociedad. AsÃ, el poder se ejerce no sólo mediante la coerción, sino también mediante el consenso, es decir, el sentido común. Y este sentido común es hoy fascista. El liberalismo ya no es el sentido común de la clase dominante. A esto se refieren los funcionarios o voceros del gobierno (cualquiera sea este gobierno) cuando responden con "la complejidad del contexto" a una pregunta sobre cualquier polÃtica pública. Se está refieren (aún sin mencionarlo) a la dominación de clase y no a las demandas populares. Pero creen que decirlo es antipático, antipopular. Error. No sé si aquel respetado y prestigioso estadista piensa en estas cosas. Sà sé que sus intervenciones siempre son funcionales a esa clase dominante que aquà describo. (*) Carlos Sortino exclusivo para Cadena BA. 27/08/2020
Periodista, ex docente de la UNLP. Referente de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA): https://www.facebook.com/COMPALaPlata/
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