“Trascender la representación política”
20-01-2025
“Trascender la representación política”
Por Carlos A. Sortino (*) @CarlosASortino

Tenemos que militar la inclusión política. El absolutismo de la representación es, por definición, insostenible. Y el sentido práctico que supo tener ya está agotado. Seguimos anclados ideológicamente al siglo 19, mientras el mundo avanza sobre el siglo 21 a la velocidad de la luz (1).

El canon liberal, en lo político, se funda en la democracia representativa y en la alternancia en el gobierno, dentro de un orden jerárquico al que llama república, mientras que en lo económico sienta sus bases en el libre mercado y en la intocable propiedad privada.

Estos principios tradicionales nunca son puestos en crisis. La única discusión posible es quién ordena y conduce este complejo institucional y con qué grado de "sensibilidad social". Una tradición inventada (2) que ha logrado su naturalización y, por lo tanto, la hegemónica percepción de su inalterabilidad.

El matemático, sociólogo y ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, sostiene que la ciudadanía surge "cuando un conglomerado de individuos vinculados por múltiples lazos de interdependencia supone que sus prerrogativas políticas están incorporadas en la normatividad estatal y las practican en ese entendimiento". Y de ello deduce que la ciudadanía es "una disposición de poder, un comportamiento político y una intelección ética de la vida en común".

Pero contrapone a su teoría el sentido común que proyecta, en la práctica social, aquella tradición inventada: "La democracia pasó a ser abruptamente sustituida por una libertad de decisión comprimida en un acto ritual en el que la sociedad abdica voluntariamente de su decisión de gobernarse y de auto presentarse como conglomerados colectivos, como fidelidades asociadas, ya que el voto exige el aplanamiento individualizado del elector".

Esta delegación de la voluntad política presupone un tipo específico de sujeto: "el sujeto delegante, que no es responsable de sus actos, porque es impotente frente a sus circunstancias y queda compelido a desprenderse del manejo de sus intereses". El canon liberal -pues de eso estamos hablando- requiere de individuos "sometidos a una particular disciplina de mandos tolerados, de sumisiones refrendadas, de expropiaciones soportadas y de carencias padecidas como inevitables", dado que "se restringen los derechos políticos a un mero nombramiento de los que habrán de pensar y decidir por uno".

Del otro lado del océano, el filósofo francés Jacques Rancière sentenció que "no hay ninguna posibilidad de defender lo público sin que evolucione hacia lo abierto". Y también sostuvo que "no nos faltan ideales, nos faltan subjetivaciones colectivas. Un ideal es lo que incita a alguien a hacerse cargo de los otros. Una subjetivación colectiva es lo que hace que todas estas personas, juntas, constituyan un pueblo". Pero aquí denunció "nuestra incapacidad para concebir una potencia colectiva, susceptible de crear un mundo mejor que el existente".

Rancière y Linera están en la misma sintonía y ninguno de ellos confunde democracia con representación, que es lo más habitual, aún entre famosos intelectuales de ayer y de hoy. Las "subjetivaciones colectivas" de Ranciére confluyen con la "ciudadanía" que propone Linera. Y lo "abierto" del francés enlaza con aquel "conglomerado" del boliviano.

Ambos excluyen el individualismo que produce el canon liberal. Aquellos ideales son individualistas. Aquel acto ritual del voto es individualista. Y para este individualismo, el otro no es la patria, el otro es mi competidor y, muchas veces, mi enemigo. El gobierno anterior lo explotó al máximo y le puso nombre: meritocracia.

Pero no es un invento del macrismo. El término "posdemocracia", en círculos intelectuales, viene desde hace años caracterizando esta época iniciada en el "primer mundo" para justificarla ideológicamente, aun cuando la describan en sentido crítico. Detrás de esta crítica, aparece la democracia como un gran relato que ha llegado a su fin, dando paso a los nuevos tiempos.

Allá por el año 2000, el sociólogo y politólogo inglés Colin Crouch acuñó este concepto en su libro "Enfrentando la posdemocracia" y definió a una "sociedad posdemorática" como "aquella que sigue teniendo y utilizando todas las instituciones de la democracia, pero en la que se convierten cada vez más en una cáscara formal. La energía y el impulso innovador pasan de la arena democrática a los pequeños círculos de una élite económica". Pero no aparece esto como un retroceso, sino como una forma de evolución (3).

 

En este tipo de análisis se comete el error en el que no caen Rancière y Linera: fundir democracia con representación, tomar estos conceptos como sinónimos, atrapados como están en las redes ideológicas creadas por sus colegas del siglo 19. Democracia y representación no significan lo mismo, desde una perspectiva político-ideológica. Lo que llaman "posdemocracia" no es más que otro paso adelante en el proyecto representativo del canon liberal.

 

A mediados del siglo 19, socialistas y liberales sostenían que la democracia era incompatible con la economía capitalista. Karl Marx y John Stuart Mill, por ejemplo, coincidieron en ello, aunque propusieron soluciones antagónicas. El asunto fue resuelto en la línea del segundo. Los liberales (brazo político-ideológico de la burguesía), consolidaron, durante la segunda mitad del mismo siglo, a los Estados-Nación y a la representación política (vía República o vía Monarquía), bautizando a esta última como "democracia representativa", con lo que se hicieron cargo de aquella incompatibilidad, pero enmascarándola.

 

Surge, desde entonces, la realidad de que no hay democracia, sino representación. Es cierto que esta representación puede albergar contenidos democráticos, que hasta pueden ser dominantes, pero eso depende de la organización política que el pueblo lleve al gobierno del Estado. Lo que implica también que puede albergar contenidos oligárquicos y autoritarios, que hasta pueden ser, del mismo modo, dominantes, si el pueblo así lo dispone.

 

La cuestión medular de cualquier organización es quién toma las decisiones y cómo lo hace. Este es el proceso político fundamental de los pueblos. Si estos pueblos no se planteanarrancar de su élite programadora el proceso de toma de decisión y control de las políticas públicas (es decir: trascender la representación, socializar la política), no podrán desequilibrar la fuente de poder político ni las fuentes de poder del complejo institucional en su conjunto.

Notas

 (1) Ver "El anclaje ideológico": http://cadenaba.com.ar/nota.php?Id=52187&fbclid=IwAR0tkK_RwiJ7amhOx0cEmF__5C_Ul0yftQESAT7WqPuL5HjkT-gQOOaZVhs

 (2) Ver "La invención de la tradición", de Eric Hobsbawm y Terence Ranger, 1983:  https://archive.org/details/EricHobsbawnLaInvencionDeLaTradicion/page/n1/mode/2up

(3) Crouch, Colin. Posdemocracia. Ed. Taurus. México, 2004.

(*)  Carlos Sortino exclusivo para Cadena BA. 6/03/2020

Periodista, ex docente de la UNLP. Referente de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA): https://www.facebook.com/COMPALaPlata/