La Plata | Leyendas suburbanas: "La metáfora invertida"
22-12-2024
30-11-2019 | HISTORIAS ORALES DE LA REGIÓN CAPITAL
La Plata | Leyendas suburbanas: "La metáfora invertida"
Por Valdemar Tzará, Recuperador de historias orales, propias y ajenas, exclusivo para Cadena BA.- "También estuve en Ezeiza, para rescatar a Perón del exilio y convertirlo otra vez en nuestro presidente. No vi las armas ni escuché los tiros...". A sus 91 años, está todas las mañanas sentado en la parada del colectivo, con su termo, su mate y su bastón. Allí lo encuentro casi siempre y siempre hay buenas historias de su larga vida, que jamás sabré si son ciertas. Pero resultan interesantes, que es casi lo mismo.

- "Estuve en la plaza para rescatar a Perón de la cárcel y convertirlo en nuestro presidente y a Evita en nuestra jefa espiritual. Porque con ellos aprendimos a comer, aprendimos a vestirnos, aprendimos a dormir, aprendimos a asociarnos en un sindicato, aprendimos para qué sirve un sindicato, aprendimos que tenemos derechos y aprendimos a defenderlos. Yo no metí las patas en la fuente, porque ni la vi. Había mucha gente. Por ahí debe andar el diploma que me dieron, muchos años después, por aquel 17 de octubre. Macanas de la politiquería…"

A sus 91 años, está todas las mañanas sentado en la parada del colectivo, con su termo, su mate y su bastón. Allí lo encuentro casi siempre y la espera de diez o quince minutos resulta fugaz. Siempre hay buenas historias de su larga vida, que jamás sabré si son ciertas. Pero resultan interesantes, que es casi lo mismo.

- Tuve el acierto de ir al estreno de la mejor película del mundo, en plena dictadura fascista: "Soñar, soñar", de Leonardo Fabio, con Carlos Monzón y Gian Franco Pagliaro. Y, ¿sabe qué? Lloré. Nunca más quise volver a verla, porque la tengo completa en mi memoria, imagen por imagen, palabra por palabra… el amor imposible, la aventura destartalada, el éxito encarcelado… pero siempre para adelante… una metáfora del peronismo… y, por qué no, de la raza humana…

El hombre me habló con orgullo de la unidad básica que inauguró en 1970 en ese terreno que yo recuerdo baldío en mi niñez y en el que hoy se levanta su casa, en los suburbios de La Plata, y que nunca estuvo cerrada. Me cuenta su historia, mate de por medio, en tono amable, en cadencia monocorde, aunque no aburrida, en una sonrisa inalterable, en un relato distanciado, como si no se tratara de su propia historia…

- También estuve en Ezeiza, para rescatar a Perón del exilio y convertirlo otra vez en nuestro presidente. No vi las armas ni escuché los tiros. También había mucha gente. Pero Evita ya no estaba… la pucha…

El hombre no quiere ser nombrado ni ubicado, porque el anonimato es la vida perfecta y las historias que la nutren se desvanecen con protagonistas. El protagonismo significa propiedad privada y la propiedad privada es el envilecimiento de la humanidad. Me dice que sólo es un trabajador de los cañaverales tucumanos, que nació en 1927 en el Ingenio Azucarero Santa Ana, el primer ingenio que cerró Onganía casi cuarenta años después. Hoy, las tierras de aquel ingenio forman parte de la Reserva Provincial Santa Ana, un área protegida que contiene la mayor superficie boscosa de la provincia.

- Fue un 22 de agosto de 1966. Sonaron las sirenas y llegaron los gendarmes. Ese año nos fuimos casi todos. Hubo resistencia, claro que sí. Muchos días. Pero perdimos…

Santa Ana, me cuenta el hombre, era el nombre de una estancia de 225 km2 y estaba ubicada a 97 km al suroeste de San Miguel de Tucumán. En 1870 sus propietarios Belisario López y Lídoro Quinteros (más tarde, ambos gobernadores) instalaron allí una rudimentaria fábrica de azúcar. Pasaron 20 años hasta que el empresario francés Clodomiro Hileret, compadre de Julio Argentino Roca, compró la estancia y la fábrica. Nunca terminó de pagar, pero allí fundó el ingenio y a su alrededor el pueblo, despertando la economía de la zona. A los pocos años, el ingenio ya era el más grande de Sudamérica y daba trabajo a 1.800 personas. Siempre bajo la custodia del "Familiar".

- Al "Familiar" lo pintaban como un perro negro gigante de ojos rojos. Se llevaba a los peones, pero los elegidos eran los más rebeldes, los más contestadores. Y desaparecían para siempre. Decían que eso era un acuerdo entre el dueño del ingenio y el diablo, para que el ingenio funcionase bien. Bien para el patrón, claro está…

Le digo lo que dice Yupanqui, que la leyenda no es sino la idealización del sueño de los pueblos, el fruto de su fantasía, necesariamente exaltada, su forma de fugar hacia una irrealidad que compense los dolores de la existencia, que en la leyenda no tienen cabida la mentira ni la mera exageración, que en ella juegan la fantasía, el sueño, la necesidad del espíritu de crearse un mundo mejor, y así manejarlo, dominarlo, transformarlo.

- Pasa que el Ata era un romántico. Maravilloso guitarrista, eso sí. Y algunas de sus canciones, memorables. Pero como filósofo andaba flojo el hombre. Las leyendas no eran eso que él imaginó. El "Familiar", por ejemplo, no estaba allá para crearnos un mundo mejor, sino para todo lo contrario. Y mire usted cómo evoluciona la humanidad: después ya no hicieron falta las leyendas para enmascarar desapariciones de gente molesta. El periodismo se ocupó de eso…

La última vez que lo vi (espero que no sea la última) me contó de la despedida del año 2015, en una esquina del barrio. Los muñecos son una tradición que familias enteras se ocupan de mantener. Mucho tiempo antes ya están diseñando y fabricando aquellos muñecos, haciendo la colecta para comprar la pirotecnia, juntando papel y cartón.

- En aquel año en que comenzaron a desorganizarnos la vida, hubo una gran discusión en el barrio. ¿Qué significado le damos a los muñecos? No recuerdo otra discusión tan fuerte. Algunos querían poner al presidente electo, otros querían poner a la ex presidenta. La famosa grieta. Pero los pibes fueron más inteligentes que sus padres y sus madres. Se les ocurrió hacer algo "neutro". Pero, claro, la neutralidad no existe. Hicieron tres muñecos. Dos grandotes adelante, blanquitos y con una inmensa sonrisa. Y atrás, casi escondido, un negrito con una inmensa tristeza. Pocos nos dimos cuenta de la metáfora…

Ese mismo día me dijo que ya no iría a votar, que todo estaba decidido y que su voto no era necesario, que se viene la metáfora invertida y que se queda con el recuerdo de una pareja de jovencitos que vivieron cerca de su casa y a los que muchos años después vería por televisión, primero a uno, luego a la otra, gobernando el país para organizarnos la vida, como seguramente volverá a hacerlo ella, porque él ya no está.