26-04-2024
04-03-2011 | En el bicentenario de la muerte de Mariano Moreno
El Aleph de la Revolución por Hernan Bienza (*)

Mariano Moreno es el demiurgo de la revolución de Mayo. Un creador de países. Un pequeño dios de la Argentinidad. Por eso, en el principio fue el verbo. Por eso, Moreno es la palabra. La palabra que revoluciona, la palabra creadora, que proyecta, que hace y deshace, que atemoriza, que da valor, que golpea, que seduce, que construye intrigas, conspira, se apasiona, suda, se desangra, desarma y sangra. Moreno es el martillo y la guadaña, es la paleta, es la idea, y los actos, la acción, el nervio, el fuego, la guerra, el dolor. Moreno es la médula de la Revolución de Mayo. Sin él nada es lo mismo; sin él, la Primera Junta es apenas una comisión administrativa. Porque es ese hombre tísico, débil, atormentado, con el rostro picado de viruela, acompañado por Manuel Belgrano, el "yunque" y Juan José Castelli, el orador, la voz, quien ayuda a torcer el rumbo de la Historia de la Argentina.

Moreno es un pequeño dios porque intenta crear un país a su semejanza. Como hijo de la razón cree en la construcción lógica de un mundo determinado, cree en la voluntad de poder, cree que el futuro es posible, es moldeable, es pensable. Y si lo es, entonces es previsible, es proyectable. Por eso Moreno cree en su Plan Revolucionario de Operaciones. Y lo crea febrilmente entre el 15 y el 30 de agosto de 1810. Me gusta imaginarlo sentado en su escritorio, escribiendo de noche, alumbrado por una vela, dando a luz a una patria nueva. Me gusta imaginar que un hombre cree poder diseñar el destino de una Nación. No hay hecho más moderno, más iluminista que ese: es la razón formateando el mundo. Es un hombre conspirando, secándose la frente por el ardor de la misión que está llevando adelante, es un arquitecto de lo imposible.

Manipulador, desdeñoso con las multitudes, amedrentador, implacable "arcabuceador", falseador, engañador, corrompedor, ajedrecista perverso, Moreno muestra quizás su faceta más apasionante y maldita en la introducción de su documento. Es allí donde aparece su carácter sacrificial personal último: convertirse en la cara del terror mismo, en el hombre que debe renunciar a la moral para cumplir con su misión inclaudicable, esa renuncia que lo coloca por encima de los demás hombres, incluso de quienes hacen la revolución a su lado. Moreno es capaz de todo por la revolución y su desborde pasional va a marcar a todos los revolucionarios de nuestra Historia. Pero esa violencia tiene también su contracara. Moreno es el padre de la violencia revolucionaria, pero en un sesgo atroz y paradojal es, también, el padre del terrorismo de Estado: fusilamientos sin juicio, amenazas y destierros forman parte del menú que el autor del Plan ofrece para disciplinar al enemigo. En un sino trágico, Moreno es el aleph de la violencia argentina: es revolución y terrorismo de Estado, es liberación y represión, es víctima y verdugo, es el agua y el fuego y es el primer cuerpo echado al mar -en 1811- lo que lo convierte en una firma siniestra de la desmesura histórica de nuestro país.

Su gran obra es el Plan de Operaciones para celebrar el Bicentenario. Hay algo vivo en él. Algo que nos reclama, que nos interpela, que nos desasosiega. No es la traza vibrante de su autor, no son los pocos o muchos aciertos que puedan contener estas páginas. Hay algo oculto que respira y vibra en ese texto cuando se lee y relee. Una evidencia. Una certeza. Una verdad poética. La certidumbre de que nuestra Argentina merece nuevos actos de fe: un Plan de Operaciones que justifique el sueño eterno de los cientos de miles de "Morenos" que tuvo la historia argentina.

(*) periodista Tiempo Argentino