Un conjunto de imágenes muestra a Evita en sus aspectos más polifacéticos, un espejo múltiple y caleidoscópico de su figura. La exposición se conforma tanto por obras de artistas reconocidos como por producciones de artistas anónimos, amateurs. También integran la exhibición objetos de colección, recuerdos, suvenires, exvotos, documentos, publicaciones, dibujos de niños y niñas, postales y pequeñas placas, entre muchos otros emblemas plebeyos. Esta mirada panorámica intenta dar a ver el modo en el que la representación de Evita se ha encarnado en la historia de nuestra cultura, pretende explorar un ícono marcada por los afectos, la devoción y la fascinación. Como un altar en el que las imágenes no están dispuestas sólo para la mirada, son también dones, ofrendas de un intercambio situado en el centro de un culto secular, una religión popular.

Tomamos la idea de Atlas del célebre Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, uno de los fundadores de la Historia de Arte de finales del siglo XIX. Este dispositivo clave en el desarrollo de la disciplina iconográfica se basa en la posibilidad de componer extensos grupos de imágenes que muestren conexiones insospechadas, vínculos subterráneos, contigüidades soslayadas. En este juego intuitivo, o mejor dicho inductivo, emergen los perímetros de una discursividad social, los pliegues de una conversación colectiva. A cien años del nacimiento de Evita, una figura que conmovió de un modo sísmico la política, pero también la cultura de nuestro país, esta exhibición despliega su legado, ausculta su herencia quizás más valiosa: la mirada de aquellos que aún atesoran su recuerdo.