"No hay progreso real posible sin cambios. Sin verdaderos cambios"

El domingo pasado fui a votar con mi remera de Alberdi, que la tengo solamente para usarla cada dos años durante los días de elecciones. Entro en una escuela del barrio de Retiro, (rezagos de años anteriores donde vivía por la calle Esmeralda, en pleno centro porteño) y me encuentro a mí misma sonriendo: "me siento en una interna del partido socialista".

No lo digo yo, lo dicen ellos. Durán Barba en A dos voces, el programa de TN, sostuvo un par de horas después de la histórica elección de Cambiemos, que no tiene dudas que "Macri es la nueva izquierda". La gobernadora Vidal había dicho en 2015 que se siente "muy cerca de los ideales de Eva y Perón".

Por otro lado, Cristina que tiene en su frente político a los anacrónicos del Partido Comunista Revolucionario de Argentina. Y si le sumamos al partido de Massa (con su "un día van a ganar los que tuvieron que hamarcase y no los que nacieron en cuna de oro"), a Cumplir con Randazzo y a la Izquierda, nos queda una licuadora de propuestas anti comercio exterior, políticas que juegan con la propiedad privada y que aplastan la posibilidad de creación de riqueza real. Es decir, políticas socialistas.

Analistas internacionales vieron el resultado de estas últimas elecciones como un potencial fin del peronismo, pero claro, no entienden que el peronismo no es un partido que está encarnado en solo una figura, es una ideología, un movimiento, un slogan, una creencia, un choripán. Y si no fue aplastado fue por su magnífico sentido de adaptación, casi de vida propia. Sobrevive porque los políticos de turno lo adaptan a la idiosincrasia del momento.

Las elecciones lo dieron a Macri y a Vidal como grandes ganadores, se convirtieron en la primera minoría en el Congreso. Pasan de tener 41 escaños en la Cámara de Diputados a un obeso 107.

En el medio de todo esto, tenemos un desfile de corruptos que se pasean entre los tribunales de Comodoro Py y las penitenciarías provinciales dando berrinche contra una realidad que (por fín) los golpea de a uno.

Fue una elección rara, con casi nadie prestándole atención a los típicos spots televisivos, la gran mayoría se enteraba de las novedades vías memes, artículos compartidos por las distintas redes sociales o víawhatsapp. La primera entrevista de Kirchner se vio más online en YouTube que enlos canales que la emitieron que, entre todos, sólo sumaron 7% de rating.

Analistas políticos que consulté (y con los cuáles hemos discutido largo y tendido) aseguran que el Presidente no pudo implementar grandes reformas por que ha estado gobernando "con las manos atadas". Pero yo creo que no es que no pudo. No quiso. O no supo.

Con una oposición que se pelea por ser la fuerza que se cae del mapa por su lado izquierdo, será muy difícil que alguna figura política opositora se plante para marcar o presionar al oficialismo el rumbo del camino del progreso. Un partido como Cambiemos que hace cambios tímidos necesita de una férrea oposición liberal que le marque la cancha.

Las urgencias están dadas por disminuir el gasto público (que no para de subir desde la primera presidencia del Pocho) y bajar la carga impositiva. Para que tengan idea, el gasto se disparó de un 26% del PBI al 50% durante la era K. Macri lejos de bajar este número lo mantuvo, cambiando el financiamiento de inflación por deuda. La deuda llegará este 2017 al 60% del PBI.

Otro punto para aprovechar el empujón anímico es desregular el mercado laboral de nuestro país. Según el Foro Económico Mundial, estamos en el puesto 132 entre 137 países en eficiencia del mercado laboral.

Momento bisagra para seguir haciendo las cosas como estamos (apenas mejor que lo estaban antes) o para parar la enfermedad del populismo. Mientras tanto, el discurso político, la semántica de los discursos de sus líderes, las políticas públicas, hablan por sí solas. No hay progreso real posible sin cambios. Sin verdaderos cambios.