24-04-2024
"Del bacheo a la repavimentación educativa"
Por Emilio Rodríguez Ascurra, Filósofo @emiascurra 

¿Es posible hablar de meritocracia educativa? ¿Cultura del esfuerzo se contrapone a la idea de inclusión social?

Uno de los temas candentes de las últimas semanas ha sido el uso del término meritocracia, aparecido primero en un spot publicitario de una nueva camioneta, y luego utilizado por la gobernadora María Eugenia Vidal, al anunciar el regreso de las calificaciones del 1 al 10 en el ámbito educativo. Decisión que rápidamente fue objetada como el regreso de los "aplazos", sin prevenir que calificar con notas de entre 4 a 6, por debajo de la media establecida para aprobar una materia en la escuela secundaria, también lo es, pues el término se define como "la nota insuficiente para aprobar un examen", o bien como "examen no aprobado"

El eje del debate estuvo en la aparente contradicción entre meritocracia e inclusión, casi como estandartes de modelos socio-educativos antagónicos. Es necesario, entonces, que definamos lo que se refiere a meritocracia: de la conjunción de las palabras mérito del latín merĭtum "debida recompensa", a su vez de mereri 'ganar, merecer'; y el sufijo -cracia del griego krátos, en griego, "poder, fuerza". Rápidamente la conclusión que sacamos es que éste término hace referencia al resultado obtenido por nuestras acciones, fruto del esfuerzo, las capacidades de cada uno y posibilidades existentes.

Sin embargo no siempre esto es "leído", decir entendido en este caso solo ayudaría a generar más confusión en tanto los términos son claros en sí mismos, de la misma forma, pues mientras que para algunos reivindica el esfuerzo y los valores que enorgullecieron a la educación argentina, llevándola incluso en su nivel universitario a ser una de las más codiciadas del continente; para otros resulta un retroceso hacia una escuela excluyente y, en consecuencia, a la generación de una sociedad desigual. 

Permitámonos jugar un poco más con las palabras y vayamos al término educación, del latín de ēdūcō ("Yo educo, entreno") que está relacionado con el homónimo ēdūcō ("Llevo adelante, saco, me levanto ") de ē- ("de, fuera de") y dūcō ("conduzco"), y detengámonos en ésta última acepción terminológica que es la que utiliza el filósofo alemán Josef Pieper (1904-1997) en su obra "El ocio y la vida intelectual" (1962. Cap. 1). En el mismo éste pensador sostiene que educar consiste en llevar al discípulo (alumno) a través del camino de la contemplación (conocimiento) de las cosas sensibles a las más abstractas hasta que alcance la posibilidad de conocerse a sí mismo y de entenderse como parte de un entramado cósmico que lo supera. En pocas palabras busca que el sujeto que es capaz de conocer salga de sí mismo al encuentro con la realidad que lo rodea y supera.

Así, la idea de meritocracia adquiere el valor que le corresponde, pues lejos de ser un obstáculo en el desarrollo de las personas, pone de relieve la importancia de la calificación del alumno como estímulo a continuar superándose día a día. Éste mecanismo de promoción social debe verse reflejado no sólo en instancias educativas sino en todos los aspectos de la vida social, pues refiere al acceso a los cargos públicos y jerárquicos a través de evaluaciones, proporcionándole mayor dinamismo al sistema y estableciendo reglas comunes a todos los participantes, sin discriminación alguna entre los temas o criterios propuestos. Es así, el más justo de todos los sistemas tendiente a generar una movilidad social verdaderamente equitativa.

Claramente podría objetarse ésta afirmación admitiendo que no todas las personas están en las mismas situaciones sociales, económicas, culturales, de hacerlo, y a la vista están los resultados de lo irresoluto del problema: el acceso a los cargos públicos por lobby, contactos, "amiguismos", y una clara devaluación de la cultura del esfuerzo, denostada por los artífices de la inclusión, pues ¿es posible hablar de inclusión real cuando las reglas no son las mismas para todos, cuando lo que alguien obtiene no necesariamente está asociado a sus capacidades sino a un "favor" de algún conocido?, o en materia educativa ¿al promover alumnos que no han adquirido los conocimientos básicos en función de la mal llamada "inclusión educativa", que es excluyente por naturaleza desde el momento en el que es perjudicial para el joven que luego al terminar sus estudios secundarios e intentar perseverar en la universidad o en la vida laboral no posee los elementos necesarios para hacerlo, ni intelectuales ni de conducta?

La meritocracia, sin caer en una mirada meramente eficientista de la sociedad, debe contemplar todas las realidades existentes y, a partir de ella, proponer reglas comunes a todos para que cada persona pueda superarse a cada momento y competir con otros para la obtención de los resultados previstos. Al mismo tiempo que aplicada a la educación debe devolverle a la sociedad el valor del esfuerzo y del trabajo, motores necesarios para cualquier cambio social serio y duradero, pues en las bases de la sociedad, en los niños y jóvenes, está la herramienta del cambio que realmente necesita nuestro país y que va mas allá de partidos e ideas políticas. Es imprescindible que abandonemos el bacheo continuo al que hemos sometido a la educación, y con ello a millones de alumnos, y hagamos una repavimentación nueva por la que, retomando la idea de Pieper, podamos conducir y dejarnos conducir hacia el desarrollo que todos anhelamos sin sobresaltos.

(*) Emilio Rodríguez Ascurra, exclusivo para Cadena BA. 31 de mayo de 2017

Filósofo. Docente en escuelas medias de La Plata y en la Facultad de Humanidades de la UCALP..