13-05-2024
Cuestión de elecciones por Miguel Russo (*)

Uno es un caso raro, rarísimo, de indio tehuelche terrateniente y multimillonario, una confluencia de características que roza, en un país que vivió matando indios (ese "otro" insólito, temido y odiado), el oxímoron. Un cacique que descansa en las miles de hectáreas que producen nunca se sabe bien qué cosa y que administran, con equívocos que nunca llegan a mellar la fortuna, dos inútiles para todo, Ñancul y la Chacha. Eso sí, vive en algo similar a la Recoleta aunque nunca abandona su ponchito, sus ojotas y su pluma. Es, así, el símbolo del poder más rancio de la patria agrícola-ganadera, esa patria (preferiblemente dicho con p mayúscula y olor a bosta pisada por una bota) que tanto volvió a presionar cuando vio decaer su poder con las retenciones de la 125 y transformó una generalidad geográfica en ideología: el campo en "el campo". Y por eso se lo elige.

El otro es un pequeño, pequeñísimo industrial en bancarrota. Otro común, clasemediero típico que se junta a jugar al truco con sus amigos (un jubilado de mala muerte, un intelectual sin público, un empleado bancario de cuando ser empleado bancario significaba para toda la vida) para matar el tiempo y sentirse juntos. Otro más, sin aspavientos ni desmesuras, de camisa y pantalón, que sueña cuando sueña. Otro que sabe, con esa cierta incongruencia con que se saben las cosas verdaderas, que el destino -lo bueno y lo malo, lo buscado y lo esquivado- es plural, irremediablemente plural; otro que calza a la perfección en el esgunfie ante lo irremediable que unas décadas antes había predicado sin ansias de predicador un tal Roberto Arlt (ese otro más que, con el debido permiso solicitado a Respiración artificial de Ricardo Piglia, fue polea de transmisión hacia la genialidad hasta 1942, cuando dijo basta y se nos fue "redepente"). Otro que añora y pelea para no seguir añorando. Otro que quiere y da batalla por lo que quiere. Y por eso se lo elige.

Uno se llama Patoruzú, aunque se llamó en un principio, allá por octubre de 1928, dos años antes del golpe de Estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen, Curuguá-Curiguagüiguá en el diario Crítica de Natalio Botana. Dicen, quienes investigan esas cosas, que el nombre de Patoruzú proviene de un dulce muy codiciado por esa época, la pasta de orozús. Lo cierto es que Patoruzú entraba y salía, primero tímidamente, después como pancho por su casa, de "Las aventuras de Don Gil Contento", un rufián playboy y mequetrefe, creído de todo y poseedor de la nada, que más tarde se transformaría en el mandamás de la noche porteña, Isidoro Cañones, pero cedería terreno ante las ínfulas del cacique. Fue el hijo dilecto de Dante Quinterno quien, gracias a él, se convirtió en un millonario. Y por eso se lo elige.

El otro se llama, lisa y llanamente, Juan Salvo, aunque todos lo conocerán como El Eternauta. Apareció por primera vez en la revista Hora Cero, en 1957, dos años después del golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón. Le debe su fisonomía a los dibujos de Francisco Solano López. Y fue el hijo dilecto de Héctor Germán Oesterheld quien, por él, se convirtió en un desaparecido. Y por eso se lo elige.

Uno quiso escudarse en un delirio de inocencia que, a pesar de haber sido perdida, no se dejaba de añorar. Era el recuerdo de lo nunca vivido, el embrión del "qué suerte tienen de tenerme a mí", la negación de las perplejidades. Era el émulo del héroe de historieta norteamericana pero sin ese ladero menor, suerte de persona dividida en dos, desmenuzado años más tarde por el deslumbrante análisis de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, Para leer al Pato Donald. Es decir, era Batman sin el adolescente Robin, Cisco Kid sin el tercermundista mexicano Pancho, Mandrake sin el negro Lothar, Tarzán sin la mona Chita, El Llanero Solitario sin el indio Toro. Uno y único contra todo, imponiendo su modo de entender el bien. Y por eso se lo elige.

El otro buscó ser dentro de la conciencia social; quería aunar unos con otros, iguales con iguales a pesar de las desigualdades. Era, en el medio de la porfía por destruir, el soñador de un tiempo arrancado de cuajo y de otro que comenzaba a vislumbrarse. Era Robin y Pancho y Chita y Lothar y Toro comprendiendo su razón de ser, sacudiéndose de encima esa maldita costumbre de mirar desde abajo. Era la aceptación superadora del miedo y la negativa tajante a lo que haya lugar contra toda forma de opresión. Era echar la falta envido con 26 a la catástrofe y plantarse aunque vengan degollando. Era, como dicen muchos, vender cara la derrota, que es, como dicen algunos, la forma de garantizar la victoria. Era la seguridad de que la libertad se ejerce. Y por eso se lo elige.

De Patoruzú, su creador, Quinterno, decía: "Es el hombre perfecto, dentro de la imperfección humana, o sea que configura el ser ideal que todos quisiéramos ser. La bondad de este indio noble puede alcanzar límites insospechados, pero no confundamos su credulidad y su ingenuidad con la necedad del lelo. Generoso hasta el asombro, su inmensa fortuna es, antes que suya, de todo aquel que la necesite. Sale invariablemente en defensa del débil y por una causa noble se juega íntegro, sin retaceos. Impulsivo y arrollador, no mide los riesgos que pueda correr su integridad física, como tampoco repara en las trampas que puedan tenderle la serie de truhanes que le salen al paso". Pero no decía toda la verdad. Y por eso se lo elige.

De Juan Salvo, del Eternauta, su creador, Oesterheld, decía: "En la aventura, el protagonismo siempre recae en un grupo de personas, más grande o más chico, conformando un héroe en grupo al que considero más valioso que al clásico héroe individual que triunfa sin ayuda de los otros". Y decía toda la verdad. Y por eso se lo elige.

Uno parecía flotar sobre las cosas. Como hacen los caballos cuando, en carrera, sólo los ve el ojo de una cámara fotográfica manejada por un escrutador receloso y experto en captar la veracidad de ciertos milagros, Patoruzú iba por la vida sin pisar la tierra. Sus pasos, marca en el orillo de su dibujante, eran sobre la nada y hacia la nada se dirigían siempre. Hasta se pueden ver las suelas de sus ojotas a cada paso acrobático. Y por eso se lo elige.

El otro es raíz que se traslada hacia donde debe. Hunde sus pies en la realidad de manera de dejar huella, memoria de lo sucedido. Un gran paso para toda la humanidad, como todo paso. Sus suelas, si se las pudiera ver, si el dibujante quisiera mostrarlas, deberían estar irremediablemente gastadas. Pero, ¿para qué?, parece haberse preguntado alguna vez Oesterheld sin preguntárselo, ¿para qué? Entonces, las suelas de Salvo, como pedía Machado y cantaba Serrat y hacía cantar a todos, hacen camino al andar. Y por eso se lo elige.

Uno tiene enemigos: el arquetípico sastre judío Popoff, usurero, turbio a la hora de los negocios; el hechicero en desgracia Chiquizuel y su elemental nieto Chupamiel que buscan, como las siniestras publicidades dibujadas con que la dic adura simbolizaba a la subversión, robar las tierras inconmensurables de Patoruzú. Y amigos: el ya mencionado capataz Ñancul, el coronel mal llevado Urbano Cañones, el enorme e idiota Upa. Y por eso se lo elige.

El otro tiene enemigos: los cascarudos, los Gurbos, los Hombres-robots, los Ellos, los Manos (esa fantástica recreación del "no te metás" con esa glándula metida de prepo en el cuerpo que provoca la muerte al sentir miedo). Y amigos: Favalli, Polsky, Herbert. Y el cabo Amaya, el tornero Franco, el obrero Sosa. La sociedad. Y por eso se lo elige.

Uno fue el personaje que Jorge Fontevecchia eligió para ser objeto de venta junto a su periódico Perfil.

El otro anda pintado por las calles, símbolo, gratis, la mayoría de las veces.

(*) periodista del diario Miradas al Sur, esta nota corresponde a la contratapa del diario del domingo 20//02/2011