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25-03-2016 | “Siento que he salido del infierno” | |||
El día que Borges asistió al Juicio a las Juntas y visitó el infierno de la ESMA | |||
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"Tengo la sensación de que he asistido a una de las cosas más horrendas de mi vida. Espero que la sentencia sea ejemplar", dijo Jorge Luis Borges el lunes 22 de julio de 1985 luego de presenciar en la sala de Tribunales, donde se juzgaba a las Juntas Militares, el testimonio de Víctor Basterra, el más largo del histórico Juicio. El escritor se presentó junto al periodista Néstor Montenegro, que para ese entonces trabajaba para la revista Gente y dejó reflejada la visita en una nota publicada en ese medio tres días después.
Antes de comenzar con el testimonio, Borges tuvo la oportunidad de juntarse con el fiscal Julio César Strassera, a quien le transmitió su inquietud por el fallo respecto de los acusados. "Estamos haciendo todo lo posible. Yo creo que van a ser condenados", contestó el fiscal.
El escritor estuvo sentado casi tres horas escuchando atentamente las declaraciones de Víctor Basterra, sobreviviente de la ESMA. "Qué horror", fue la única expresión que soltó y pudo escuchar Montenegro. Ya en la calle, y ante algunos reporteros, esgrimió: "Siento que he salido del infierno". Y luego aseveró:"Este hecho no puede, no va a quedar impune".
El 30 de julio, El Diario del Juicio publicó una breve entrevista con Borges, en la que el escritor, respecto de Emilio Massera, expresó: "Es un asesino, una de las personas más siniestras de este país. Va a ser difícil hacer justicia porque hay demasiada gente implicada. Por eso me parece que ustedes -por el diario- hagan la publicación, porque la gente se olvida pronto. Ese es un defecto que es muy argentino".
Luego de su experiencia como espectador, escribió una crónica para la agencia española EFE, en la que contó lo que vivió ese día y describió a Basterra como una persona que hablaba con simplicidad y casi indiferencia sobre su tortura. "Había entrado enteramente en la rutina de su infierno", afirmó Borges del fotógrafo.
En el texto publicado por EFE, el escritor logró sintetizar sus sentimientos ante el testimonio que presenció, llamada "Lunes, 22 de julio de 1985" y señaló: "Sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno", según consignó en su momento Diario Publicable.
Texto completo
"Lunes, 22 de julio de 1985" por Jorge Luis Borges
"He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas "sesiones" cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno. Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel es, de hecho, infinita. De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal. ¿Qué pensar de todo esto? Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo. Almafuerte escribió: Somos los anunciados, los previstos si hay un Dios, si hay un punto Omnisapiente; ¡y antes de ser, ya son, en esa Mente, los Judas, los Pilatos y los Cristos! Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice. Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer."
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