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| 18-06-2015 | “sos el peor ser humano que he conocido en este mundo” | |||
| Hurlingham de Luis Acuña: Ana Franzanti, caso de la violación dentro del HCD que cumple 10 años de "impunidad y encubrimiento" | |||
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En 2005 tras la escandalosa sesión del Concejo Deliberante en la que se pretendía aprobar la instalación de un cementerio privado en Hurlingham y patotas agredieron a los vecinos que se oponían, Ana, recepcionista del HCD, fue agredida y violada horas después, en el edificio del Concejo. La mujer estaba sola en el lugar, en un horario infrecuente para su cargo, y que debía cumplir como "castigo" por haberse negado al acoso del ahora intendente Luis Acuña. Por primera vez desde 2005, Ana rompió el silencio y relató el horror en primera persona con Buenos Aires 2punto0.
Ana Franzanti es una mujer que podría describirse como linda, esbelta, de aspecto cuidado, con gestualidad sumamente femenina y un hablar pausado y seguro. Una mujer que oculta tras esa imagen, el horror que vivió hace diez años y que la marcó para siempre. El calvario que la llevó incluso a querer acabar con su vida en cuatro oportunidades, y del que hoy, con 59 años, sólo logra evadirse y encontrar fuerzas para vivir cuando piensa en sus hijos y el regalo que le dio la vida, que son sus nietos. "Nacimos juntas", dice cuando habla de su primera nieta, esa a la que se aferró para poder sobrevivir.
En diez años nunca pudo hacer pública su historia. Nunca se animó a relatarlo, a sacarlo de ese lugar donde lo guardó con la esperanza de que el tiempo borrara todo. Nunca pudo siquiera, tener el consuelo de al menos saber que se hizo justicia. Para ella no hubo justicia. Sólo recuerdos del horror.
Ana vive hoy con esos recuerdos, pero se anima a hablar. Nos recibe en su casa, un hogar que transmite calidez. No se ven retratos. No hay fotos. Pero sí colores fuertes, cuadros, adornos. Muchos. Tantos que casi pareciera que están ahí para que no haya huecos vacíos. Casi como una parábola del vacío que siente por dentro. Todo está en su lugar. Todo ordenado, como los recuerdos.
En ese barrio de Hurlingham, a esa hora de la tarde, no se escucha demasiado movimiento. Afuera, el ladrido de un perro se introduce en el audio del grabador que estará encendido durante más de una hora para registrar una charla, no una entrevista. Adentro, el sonido de la cafetera será lo único que interrumpa por momentos el relato que Ana guardó durante diez años.
Quizá, algunos memoriosos recuerden su nombre. Pocos saben exactamente qué fue lo que en verdad sucedió aquel 12 de agosto de 2005, en el interior del Concejo Deliberante de Hurlingham donde trabajaba como recepcionista. Escucharlo en primera persona, de su boca, con la calma con que hoy puede contarlo, desgarra el alma.
"El 12 de agosto de 2005 hubo una sesión importante porque querían poner un cementerio privado en Pedro Díaz. Entonces trajeron gente de otros lugares (los concejales del oficialismo) porque no querían que entraran los vecinos, pero igual entraron y rompieron todo. Tiraron ventiladores, ese día estuvo lleno de policías el Concejo y a las 5 de la tarde, ya se había calmado todo, se había quedado la concejal Mónica Acosta que en ese momento tenía la oficina en el segundo piso. Cuando se va la secretaria del Concejo, Susana Filipo, a las 5 cuando ya había terminado todo yo le digo, "Susana no me quiero quedar", pero me dijo que me quedara; yo le seguía diciendo que fue un día horrible, un día de miércoles, déjame que me vaya que no pasa nada, y me dice que no porque incluso no había llave en la puerta del Concejo. El sereno las cerraba con un palo". Así comienza Ana a relatar aquel día fatídico. Muchos en Hurlingham recuerdan la fecha porque efectivamente esa sesión fue un escándalo al que asistió incluso la prensa y se movilizaron vecinos para frenar la instalación de un cementerio privado, proyecto impulsado por el oficialismo ya a cargo de Luis Acuña, y se movilizaron también sectores que oficiaron de fuerza de choque para enfrentar a los vecinos.
Lo que pocos saben es lo que sucedió después de esa sesión. Lo que le sucedió a Ana.
"A las siete menos veinte más o menos veo que pasan dos chicos por la vereda de enfrente que me llamaron la atención porque en ese momento no se usaban los camperones tanto como ahora y a los pocos minutos, cuando me estoy dando vuelta para ponerme el saquito siento que me agarran de atrás. Allí me llevan al subsuelo, y se notaba que conocían el lugar. En la primera oficina que ven luz, que es donde se reunía la comisión de los concejales para hacer los proyectos, entran y me ponen ahí adentro. Uno de ellos, cuando va bajando, agarra el palo que estaba en la puerta, y el otro me agarró la cartera, la billetera, lo dejó todo tirado, no me sacaron el reloj y querían a toda costa tirarme al piso. Yo me resistí muchísimo. Me pegaron, me pegaron con el palo, tanto que en las piernas era todo sangre, el pantalón empapado en sangre, me golpearon la espalda, hasta que no aguanté más y caí".
Ana se quiebra. Se le asoman las lágrimas, pide disculpas, busca unos pañuelos descartables, toma aire. Toma fuerza y se recompone. Se obliga ella misma a estar serena. Fija su vista en algún punto en el vacío como si lo que sigue fuera una película. Una película de horror que mira y mira sin poder quitarse de la mente, pero en algún punto, como si ya al menos hubiera encontrado la manera de parecer mera espectadora, no protagonista.
"Ahí me empezaron a sacar la ropa -continúa- uno me desgarró la camisa, el otro empezó a bajarme la parte de abajo y mientras uno de ellos que se dejó ver la cara y que yo hice el identikit, me estaba violando el otro me pasaba el miembro por la cara". En este punto su cabeza hace un gesto de disgusto, la tira hacia atrás, la mueve de un lado a otro como si quisiera quitarse no la imagen, sino al hombre de encima. Y continúa: "le dijo al otro "dala vuelta", mientras decían "van a pagar por lo que hicieron" y ahí me desvanecí. Yo en ese momento te juro que lo único que quería era que me mataran, primero que era tanto el dolor que sentía que yo decía y pensaba ¿cómo sigo?, fíjate que van a hacer diez años ya y no creo que lo supere nunca".
Nada encajaba en la cabeza de Ana. Nada tenía sentido. Era brutal el ataque. Era demencial pensar que estaba viviendo eso, pero para su desgracia, lo peor aún estaba por llegar, porque no alcanzó con ser violada por todos lados; no alcanzó con golpearla hasta el hartazgo y dejarla en medio de un charco de sangre, sino que quienes ella creía que eran sus compañeros, sus amigos, la gente con la que compartía horas y horas todos los días, la dejaron sola. Se tapó lo que había sucedido. Se ocultó. Era más importante cuidar la imagen política que solidarizarse con ella.
Cuando la encuentra el sereno, da aviso a las autoridades del Concejo Deliberante y de a poco Ana comienza a recuperar el conocimiento. "Lo que yo quería era que me cubrieran y recuerdo que con una abrochadora me prendieron como se pudo la parte de arriba, me llevaron al hospitalito y cuando llegamos yo lo único que quería era que me lavaran, que me bañaran, que me sacaran todo eso que sentía encima; que me pusieran alcohol", cuenta.
"Ahí me pusieron en una sala y llamaron a mi marido. Después llegó Silvia Caprara, Oscar Marín, Nito Bertinat que eran concejales y yo abro los ojos y veo a mi marido y a mi hijo que tenía 18 años en ese momento, los dos estaban blancos como un papel y se le acerca Silvia Caprara a mi marido y le dice: ¿por qué no dejamos todo como está y se la llevan así como está a tu casa?".
No importaba nada. No importaba que las piernas de Ana estuvieran violetas de tantos golpes. No importaba la ropa desgarrada, los signos de haber sido ultrajada hasta el cansancio; las consecuencias de una acción cargada de odio y de saña. Sólo importaba cuidar la imagen del Concejo Deliberante y del oficialismo que respondía a Luis Acuña.
Ana retoma el momento en que está en el hospital, y donde ni siquiera se respetó su dolor, porque delante de ella, la Presidente del HCD le propone al marido llevársela a su casa y "arreglar".
"Mi marido estaba furioso. Yo era todo sangre, una carnicería; no te imaginas los golpes. Entonces me llevan a otra habitación, me apartan de ellos y viene Claudio Branda (secretario del Concejo Deliberante), me abraza y me dice "Negrita, ¿qué querés que hagamos?" y yo le digo "hacé lo que tenés que hacer", entonces ahí deciden llevarme a la ART, me llevan a San Martín y de ahí derecho a terapia, donde estuve 10 días porque eran demasiados los golpes. Tenía todo negro; la espalda, el cuello, todo".
Para Ana, el hecho no fue un hecho delictivo común. No hubo intención de robar. No se llevaron nada de valor. Sólo la saña de golpearla, de violarla, de demostrar que se podía hacer cualquier cosa con ella y en ese lugar.
"Esto fue otra cosa, incluso si no estaba yo le hubiera pasado a cualquier persona y a cualquier mujer. Les hubiera dado lo mismo porque lo que querían era dar un mensaje mafioso, una venganza", asegura.
Ana no tuvo justicia. Su causa penal nunca avanzó porque no identificaron a los atacantes. Las consecuencias para ella fueron terribles. Depresión, fobia hacia la gente, pánico y cuatro intentos de suicidio. A pesar de eso y a pesar de estar bajo tratamiento y amparada por la ART, el año pasado se la dio de baja como empleada municipal.
El único juicio que Ana pudo tener y ganó, fue la acción civil.
¿Acuña nunca se acercó a vos para ver cómo estabas?, le preguntamos. "Jamás, yo el juicio lo inicie dos días antes que se cumpliera el plazo de vencimiento, porque intenté comunicarme con él para arreglar las cosas de otra forma, porque lo del juicio es muy desgastante, es volver a revivir todo, yo después de eso tuve 4 intentos de suicidio, estuve 3 veces internada en la clínica Avril, y se llegaron a decir tantas barbaridades… Mario Petito (concejal) llegó a decir que era un ritual umbandista, cualquier cosa se dijo".
"Yo quedé totalmente aislada como mujer, mi marido en el segundo intento de suicidio que tuve le agarró un ataque de presión muy fuerte, y fue como que le estalló el corazón y después de ahí ya no pudo trabajar más, falleció hace 4 años, falleció el 10 de diciembre y el 11 es mi cumpleaños, para mí los 10 de diciembre son trágicos".
Ana lleva ya diez años de recuerdos, de intentar superar, de revisar una y otra vez buscando el por qué, el para qué. Pero no hay respuestas. No hay motivos válidos para lo que le pasó ni tampoco para el olvido al que la sometieron. Sabe que no es su culpa; que ella no pidió ser violada, torturada, golpeada, y sin embargo en algún punto y por cuestiones de la intrincada mente humana, cree que es culpable. Y se siente así. Se siente incluso responsable de la muerte de su esposo, culpable de "hacerle pasar esto" a sus hijos. Recién ahora, diez años después, al menos abre la mochila para revisar lo que hay adentro; para contarlo y ver si así puede empezar a quitársela de encima.
Es víctima una y mil veces. "Cuando me despidieron yo digo que me sentí nuevamente ultrajada, porque saben por lo que yo pasé, saben que mi situación es delicada. Ahora que falleció mi marido estoy viviendo de una pensión y tenía el sueldo de la municipalidad (que al momento del despido ascendían a magros dos mil pesos), estoy pagando la casa, ¿qué motivos tienen para despedirme? eso es cizaña".
"Me cansé de llamar para hablar con Acuña hasta que un día me llama y me pregunta qué quería y le digo "¿por qué me despediste? te pido que me reincorpores y yo pido una junta médica y ya está, me jubilo", entonces me dice "¿pero vos qué hiciste con la plata del juicio?" y le digo "mira Luis, yo con esa plata no me compré ni una bombacha y está la prueba en el fondo", dice Ana con angustia.
"La prueba del fondo" es una casa a medio terminar de su hijo. "Era plata sucia, como siempre le dije a la psicóloga. Esa plata no tenía valor. ¿Para que yo disfrutara de qué? ¿De que los tipos me violaron y me dan plata por eso? ¿De qué me sirve la plata; quien me devuelve mi vida? De ese dinero no toqué nada, era plata sucia y punto", explica Ana y retoma el pedido a Luis Acuña por su situación laboral: "le pedí que vaya a Personal para que me reincorporen y me mandaran a una junta así me jubilo porque tengo el 50 por ciento de discapacidad y me jubilo y ya está, se termina mi relación con la municipalidad. Me dijo "veo que hago" y nunca más me llamó".
Estremece el relato. Impresiona verla a Ana sentada en el sillón, moviéndose sólo para servir el café que sorbe como si el calor de la infusión le abrigara el alma que le dejaron desgarrada y a la intemperie. Genera admiración su valentía, su gallardía para buscar las palabras adecuadas, equilibradas, que relatan con precisión, con detalles, pero no caen en el sensacionalismo, no buscan el título fácil. Palabras que describen su sufrimiento y su lucha por seguir adelante, pero que no reflejan rencor. Ni siquiera bronca. Tampoco cuando le preguntamos qué siente al verlo a Acuña con el cartel de "#ni una menos".
"Yo siempre lo dije, lo que me hicieron no tienen nombre y a quienes lo hicieron no los puedo calificar de algo, no sé de dónde habrán nacido, pero los que están arriba son tan o peor que ellos porque se creen imbatibles, esos son los peores, los de guantes blancos. Nadie se acercó a ver cómo estaba. Yo no quería que me llamen para decirme "qué necesitas", que tampoco pasó, pero sí que me pregunten "cómo estás". Es triste ver cómo siguen estando en el poder. Te das cuenta que en todo sentido son mala gente. Ni él ni sus hijos, ni nadie. Es toda una familia que debería desaparecer de la faz política de Hurlingham. Basta de aferrarse a este acuñismo que nos está tapando y devorando, digo yo".
Ana sólo espera que el remover esta historia no sea comenzar un nuevo calvario. "Esperemos que no me traiga consecuencias", dice y advierte: "si aparezco en una zanja ya saben de dónde vino".
"Yo creo que hicieron las cosas tan bien en su momento para tapar todo… porque cuando estaba en el hospitalito todavía, había un enfermero grandote y ahí Susana Filipo le decía que escondiera la ropa para que no la viera la policía, pero la policía la recuperó no sé cómo, pero jamás me llamaron para nada, ni para rueda de reconocimiento ni nada".
Lo que Ana relata como una anécdota más es quizá la muestra más cabal de la responsabilidad política e institucional que pesa sobre su caso. Es hasta quizá el relato de un acto penado por la Ley, que podría ser tipificado como obstrucción a la justicia e intento de destrucción de pruebas.
Quien debía acompañarla, estar de su lado, sentir al menos si no empatía, algo parecido a la solidaridad, estaba en cambio preocupada por ocultar la ropa desgarrada, ensangrentada y con fluidos y muestras de ADN que podrían ayudar a encontrar a los responsables de semejante agresión. La ropa finalmente llegó a la justicia, pero la justicia no llegó a la vida de Ana.
"Hace más o menos tres años estaba caminando por Morón y veo en una columna un afiche con la cara de un hombre que decía "se busca por violador" y era el que me violó a mí y ahí me descompuse, tuvieron que llamar a mi hijo".
"Ha sido todo muy feo y han querido taparlo a toda costa porque hay mucha diferencia entre una golpiza y una violación".
El acoso de Luis Acuña
Lo que le sucedió a Ana Franzanti se pudo haber evitado. Si hubiera habido llave en el Concejo; si no hubiera sido obligada a permanecer allí durante un horario en el que no se cumplían funciones, si no hubiera estado sola…pero también, si no hubiera sido castigada por decir que no.
Ana ingresa a trabajar en el Concejo Deliberante en el año 1998. Por ese entonces, Luis Acuña era concejal, presidía el HCD y ella se integra como secretaria de quien años más tarde se convertiría en Intendente.
El relato sobre el acoso sale de casualidad en la charla. En realidad nos contaba cómo había comenzado su trabajo en ese lugar. "Habré estado tres meses como secretaria de Acuña, después tuvimos un entredicho, él se propasó conmigo, yo no lo dejé pasar más de ahí y entonces se ofendió, me sacó de la oficina y me tuvo como tres o cuatro meses en los pasillos porque no me daba una ubicación, de ahí me pasó a Comisiones, me pasó a Legal y Técnica donde empecé a trabajar con Luisa Cepeda y a partir de ese momento por mi negación dejó de saludarme y después de Legal y Técnica me pasaron a Mesa de Entradas como recepcionista", relata.
"Todo el mundo lo veía que él entraba, saludaba a todos y a mí no me dirigía la palabra, me dejó de saludar totalmente, como que yo no estaba ahí y ese fue el problema de cuando empecé a trabajar con él que se sintió muy ofendido porque yo no accedí a sus pedidos y después me cambiaron el horario de 11 a 19. Al principio era de 8 a 17 pero como no ponían vigilancia y de 17 a 19 el Concejo quedaba solo, la única que quedaba era yo hasta que llegaba el sereno".
Ana no era una desconocida para Luis Acuña. Habían sido vecinos de edificio y hasta consuegros mientras duró una relación sentimental de la adolescencia de la hija de Ana con Emiliano, el hijo de Acuña que hoy es concejal con uso de licencia.
Le preguntamos qué pasó; cuál fue esa situación en la que dice que se propasó con ella. Y la respuesta, inesperada, sorprende aun más: "Él era presidente del Concejo y un día me llamó para ver un expediente cosa que me pareció rara porque eso siempre lo trataba con su secretario Ricardo Milio. Me dice sentate, yo me siento, se pone a leerlo y me dice "mira, vení y mirá lo que dice acá"; ahí se levanta y me agarra y me besa. Yo ahí le digo "pero Luis, ¿qué hacés? nos conocemos de toda la vida, ¡por favor!", y se puso furioso. Me dijo "salí de acá andate de mi oficina" y ahí pasó eso de que no me habló nunca más, pero no fui la única, Irma Segovia que fue su secretaria le hizo juicio por acoso y se lo ganó, ella está trabajando en una salita no sé en dónde pero a ella no la echó. Acuña siempre fue de esa forma, es de esos tipos que se creen que te señalan, le gustaste y sí o sí tenés que pasar por él. Yo he visto a miles de mujeres, señoras entre comillas que venían cuando ya se habían retirado todos y se quedaban horas dentro de la oficina con él".
En ese momento la situación se tornó tensa. Para Ana, todos sabían o se daban cuenta lo que había sucedido, pero nadie preguntaba. Sólo Branda. "Yo estaba en Mesa de Entradas, en recepción y él entra y no te saluda. Un día estaba Branda y estábamos hablando todos y me dice "Ana, ¿es por lo que yo creo?", porque ya se conocía como era él, y le digo "sí, es por eso" e hizo un gesto con la cabeza como diciendo "¡qué hijo de su madre!".
El rechazo a Acuña le significó el destierro, el castigo de tener que trabajar aun cuando el Concejo no funcionaba, aun cuando no había motivo para que hubiera una recepcionista; aun cuando no quedaba nadie excepto ella en todo el edificio, con una puerta cerrada apenas con un palo y esperando ser relevada por el sereno.
Por eso Ana estaba allí, sola, sin posibilidades de ser protegida, sin más fuerza que la de su propio cuerpo que en un momento no pudo más y se desvaneció por los golpes, por el horror, por el dolor de ser violada y ultrajada. Por eso Ana quiso luego acabar con su vida. Por eso Ana aun tiene secuelas graves. Toma 9 pastillas por día; está diagnosticada con trastorno postraumático fóbico grave, tiene una incapacidad de casi el 50% permanente y de carácter definitivo y su cuerpo además, desarrolló una fibromialgia. Aun hoy, sufre insomnio y algunos días amanece escondida bajo la cama.
- ¿Ana si tuvieras la posibilidad de tener hoy frente a frente a Luis Acuña o a la familia qué le dirías?
- Yo creo que ya nada, es tanto lo que me ha hecho… el tema del despido fue lo que me rebalsó, porque con eso ya dije "sos el peor ser humano que he conocido en este mundo".
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