19-04-2024
Mujeres tenaces por Vicente Battista (*)

En la historia de la humanidad, sistemáticamente contada por los hombres, abundan los caballeros ilustres. Muy de tarde en tarde florece alguna dama para, quedamente, hacerles sombra a esos caballeros. Débora es, por derecho propio, una de esas damas. La encontramos en el Antiguo Testamento (Jueces 4 y Jueces 5), y en un momento crucial para el pueblo israelí que, guiado por Moisés, había abandonado Egipto en busca de la tierra que le prometiera Yahvev.

Estos hechos se registran en los seis primeros libros de la Biblia; en el séptimo, Jueces, tropezamos con una advertencia del Angel de Yahveh: "Yo os hice subir de Egipto y os introduje en la tierra que había prometido con juramento a vuestros padres, pero no habéis escuchado mi voz". La indignación era comprensible: los judíos ya establecidos en Canaán habían perdido la fe hacia ese Dios que los alentara y ahora estaban a merced del rey Yabín.

En términos reales, el pueblo de Israel debía pagar tributos al rey de los cananeos. El jefe de su ejército era Sísara y los novecientos carros de hierro que comandaba, la garantía de que los tributos se pagaran rigurosamente. Aquí entra en escena Débora, una jueza israelí que poseía el don de la profecía y del canto. Baraq, capitán del ejército judío, buscó auxilio en Débora y ésta supo explicarle de qué modo derrotar a Sísara. "Si vienes tú conmigo voy  -exigió Baraq-; pero si no vienes conmigo, no voy, porque no sé en qué día me dará la victoria el Angel de Yahveh". La respuesta de Débora cerró el pacto: "Iré contigo, sólo que entonces no será tuya la gloria del camino que emprendes, porque Yahveh entregará a Sísara en manos de una mujer".

Efectivamente, fiel a las instrucciones de Débora, el ejército israelí derrotó a las tropas cananeas. Yabín perdió su reinado y Yael, mujer de Jéber, el quenita, mató a Sísara. Jueces 4 da cuenta de este episodio, propuesto poéticamente en Jueces 5. Cántico de Débora y Baraq, se llama, y es uno de los más antiguos poemas bíblicos: "Vacíos en Israel quedaron los poblados / vacíos hasta tu despertar, oh Débora, / hasta tu despertar, oh madre de Israel". La legítima autoridad que los israelíes reconocieron en Débora no se repetirá con ninguna otra mujer en el resto del Antiguo Testamento. Sin embargo, mujeres como Débora se han multiplicado a lo largo de la historia. Claro que ninguna de ellas tuvo el privilegio de integrar las páginas de un libro sagrado y, si hemos de ser honestos, muy pocas páginas de libros profanos.

En la Casa de Gobierno se ha inaugurado el salón Mujeres Argentinas del Bicentenario, ahí es posible ver a doce mujeres profundamente vinculadas a nuestra historia reciente. Algunas de ellas supieron ganar categoría de mito o de ícono. Pienso en Eva Perón, pienso en las Madres de Plaza de Mayo y, aunque no están en el Salón del Bicentenario, también pienso en las Abuelas.

A Eva Perón le bastaron sólo seis años para quedar definitivamente grabada en la historia. En ese mínimo tiempo pasó de ser joven actriz casada con un coronel del Ejército a símbolo de los humildes. Primero fue Eva Duarte, luego Eva Duarte de Perón y finalmente Evita. Un significante que en ella adquirió otro significado. Para comprenderlo, basta con recordar su rostro, cruzado por un tormento que crecía minuto a minuto, o recordar su fuerza irreverente, capaz de doblegar todas esas dolencias. Evita, un diminutivo tierno, casi infantil, se ha convertido en sinónimo de impertinencia para con los poderosos y solidaridad para con los desposeídos.

En plena dictadura, cuando el sentido común indicaba que el silencio era el arma más segura, ellas comenzaron a gritar. Algunos las llamaron "locas", otros se rieron de esas viejas que jueves a jueves deambulaban alrededor de la Pirámide y que, tal vez sin proponérselo, estaban reeditando un antiguo mito: Antígona se había jugado la vida para enterrar a su hermano Polinice, ellas se la jugaban para encontrar los cuerpos de sus hijos. Las Madres de Plaza de Mayo dieron origen a las Abuelas. Unas persisten en la búsqueda de los desaparecidos, las otras en la búsqueda de los nietos robados por los asesinos de los desaparecidos. Madres y Abuelas exigían que se anularan los indultos y que se juzgase y condenara a todos los asesinos y sus cómplices. Hubo que aguardar hasta el año 2003 para que se materializara esa demanda. Tal vez el crack se produjo la tarde aquella en que el presidente Kirchner ordenó bajar el cuadro de Videla, colgado en una de las paredes de la ESMA. Poco después, ese campo de exterminio se convirtió en el actual Museo de la Memoria. Los juicios se pusieron en marcha y Madres y Abuelas comprendieron que el Gobierno andaba por el camino correcto. Ciertas voces deplorables sostuvieron y sostienen que sólo era una maniobra política del kirchnerismo. Ni las Madres ni las Abuelas escucharon esas voces. Un ejercicio de imaginación: si Evita no hubiese tenido la mala fortuna de morirse en 1952, en 2003 andaría por los 84 años. La imagino hablando con voz pausada, diciendo que esos chicos, Néstor y Cristina, están cosechando lo que ella había sembrado.

No es fácil ser mujer y presidir un gobierno. Cristina Fernández de Kirchner debe consentir que un batallón de mediocres le critique y cuestione hasta su modo de mirar. Resiste los embates con la entereza que supo tener Evita, idéntica a la que hoy conservan las Madres y las Abuelas. Como ellas, sabe que en su mochila guarda verdades definitivas. Detallarlas superaría largamente el espacio de esta nota. Hace cuatro días confirmó su candidatura para las próximas elecciones. No bien lo dijo, comenzaron a oírse las voces crispadas, rabiosas, las rústicas palabras del odio y del rencor.

En Arte de injuriar, Borges evoca "cierta réplica varonil" citada por Thomas De Quincey, en Writings: "A un caballero, en una discusión teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se inmutó y dijo al ofensor: Esto, señor, es una digresión; espero su argumento". Ante tantos vocablos atolondrados, bien podríamos decir: "Esto, señores, son exabruptos; esperamos sus argumentos".

Mientras los esperamos, sólo queda celebrar el anuncio de Cristina Fernández de Kirchner y, de paso, recordarles a los que ahora cacarean, el último verso del himno que Débora, profetisa y jueza, cantó luego de su irrevocable triunfo: "Y el país quedó tranquilo cuarenta años".

(*) Por Vicente Battista, escritor para Miradas al Sur del domingo 26 de junio de 2011