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27-04-2011 | A 35 años de su secuestro por parte de la dictadura del 76' | |||
El dÃa que secuestraron a Oesterheld, el creador de El Eternauta por MartÃn Garcia(*) | |||
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Héctor Germán Oesterheld fue un geólogo humanista que creó un universo ideal para el mundo mágico de las historietas, y en esa dirección fue el constructor de sus sueños contagiando a varias generaciones a través de sus personajes para establecer nuevas reglas de juego para el amor, para el honor y para la convivencia de las personas en un mundo amenazado por la opresión planificada.
Para mi gusto, su `primer` gran éxito fue Gatito y sus amigos, un infantil, a veces troquelado de Editorial Abril que incluÃa personajes como la Princesa Titina, los ratones Parmesano y Gorgonzola, la bruja Cachavacha, de su creación, y el nunca bien ponderado palizero real que consistÃa en una rueda giratoria que tenÃa en la punta de sus rayos, zapatos, que, al girarse, le pegaban patadas en el trasero a los condenados por su maldad.
Sus personajes sentÃan, tenÃan dudas, códigos y aún se aventuraban a romper las reglas del género, pereciendo, en la guerra por salvar a una muñeca por la que lloraba una pequeña en el medio del avance de las tropas.
El Sargento Kirk, Bull Rockett, Sherlock Time, Mort Cinder, Ticonderoga, Watami, eran algunos de los más memorables. También Joe Zonda, aquel negrito aviador de Mendoza la manera de Air America que luchaba contra el villano Octopus.
Mi viejo salÃa a la mañana cuando yo todavÃa no me habÃa levantado para ir al colegio y no lo veÃa hasta la noche. Entonces, durante el dÃa, refugiarme en las historietas de las revistas Hora Cero y Frontera, más adultas que El Tony o D´Artagnan, significaba para mà aprender códigos de la vida.
Los japoneses no eran todos villanos, a veces los norteamericanos en la Segunda guerra mundial, también lo eran.
Incluso los kamikazes también tenÃan códigos de honor, en sus historias.
Solo se trataba de personas, en la locura ajena de la guerra.
En algún momento apareció El Eternauta. El viajero del tiempo. Allà se podÃa vivir una invasión extraterrestre que, en vez de atacar la Casa Blanca, se establecÃan en una burbuja -donde moraban sus tropas de elite- en medio de la plaza de los dos Congresos entre Rivadavia, Entre RÃos, Yrigoyen y la otra.
Una invasión simbólica si uno sitúa la historia después del golpe de 1955, cuando el orden democrático habÃa sido roto, Perón habÃa sido desalojado de la Presidencia y la gente común habÃa sido bombardeada, sin más.
En ese imaginario se instala la invasión de los Ellos, el gran invasor, nunca explicitado. Los Ellos.
Se suceden las batallas, la de la General Paz, la de la Cancha de RÃver, la de las barrancas de Belgrano, la de Plaza Italia…y también los sub invasores, los Cascarudos, los enormes Gurbos y los Manos.
Los Manos habÃan sido inoculados con una bolsa del terror que se abrÃa vertiendo veneno en el interior de sus organismos, cada vez que los Manos desobedecÃan las instrucciones de los Ellos.
La glándula del terror. Después nos la inocularÃan a todos.
Pocos dÃas antes de su desaparición los reunà a Héctor y ése gran poeta que fue el periodista deportivo Osvaldo Ardizzone. Fue en la casa de mis viejos que estaban de vacaciones. ¡No podÃa ser que esos maestros no se conocieran entre sÃ! Fue un mediodÃa de verano inolvidable.
¡Que sabÃa yo que lo estarÃan siguiendo, o controlando! O quizás todavÃa no.
Le hice un reportaje que seguÃa saliendo en cómodas cuotas en 5xBsAs por Radio Belgrano después que Héctor ya habÃa desaparecido.
Me decÃan -Che no pases a Oesterheld que parece que lo secuestraron. Pero yo lo seguà pasando. No advertà la gravedad del golpe. HabÃamos pasado otros golpes.
Después se llevaron a sus cuatro hijas Diana, Marina, Beatriz y Estela militantes de 14 a 19 años de la UES como los chicos de la Noche de los Lápices; y de la Juventud Peronista.
Los sobrevivirÃan dos de su nietos, Fernando y Miguel MartÃn y Elsa, su esposa, la mamá de las chicas. La Madre Coraje.
Algunas cosas trascendieron: que Los Ellos, le hicieron escribir una historieta de San MartÃn; que en cautiverio obtuvo miga del pan de los cumpas para dárselo al joven artista que modelo un regalo para cada uno en la navidad.
La clase magistral de Chaplin que le dio Héctor a los más jóvenes cuando Eduardo Arias encontró en el baño una hoja de diario que daba cuenta de la muerte del maravilloso actor y director inglés. Anécdota que tanto impresionó a Geraldine Chaplin, su hija.
Y aquella narración de Mempo Giardinelli, compañero de militancia de Héctor, que creÃa, en su insolente juventud, que si detenÃan a Oesterheld, ya grande, iba a entregar a los demás compañeros, apenas lo apretaran, cosa que, pasados los dÃas y las semanas, nunca ocurrió.
Héctor Germán Oesterheld habÃa cumplido con los códigos de honor que tanto nos habÃa enseñado en sus historietas.
(*) presidente agencia TELAM
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